martes, 14 de julio de 2015

Taller 11-11 ¿Qué es un Encuentro-Debate de Talleres Literarios?



TALLER 11-11


 Por Ismael González Castañer.

¿Qué es un Encuentro-Debate de Talleres Literarios?
Reunión de escritores aficionados para leer y discutir las obras creadas por ellos mismos, seleccionadas para dicho Encuentro. Se premian los mejores trabajos; pero lo más importante es participar comentando, criticando la forma, el contenido, la utilidad y el valor de sus creaciones.
            Los organizadores del E-DTL invitan a un Jurado (casi siempre compuesto por tres especialistas —profesores, escritores, artistas), que sirve de árbitro (como los “hombres de negro” en el juego de béisbol), y que después de escuchar las opiniones de los asistentes y decir la suya propia, decide cuáles son los textos ganadores en cada género.
Modus operandi en el Debate
1° Cada tallerista lee su obra cuando le corresponde su turno.
2° Los otros talleristas —voluntariamente— opinan sobre el texto del concursante en turno. El tallerista cuya obra está siendo debatida, escucha atentamente pero no interviene en este momento.
3° Al terminarse el debate de los talleristas, y la participación de otros asistentes (maestros, invitados), si llega la ocasión, el Jurado interviene.
4° Ahora el concursante cuya obra se acaba de analizar, si lo desea, puede hacer una declaración.
            Al finalizar la lectura y análisis de todos los textos en competencia, el Jurado delibera y luego lee un ACTA donde se anuncian los ganadores, a los que se les entregan regalos y premios que distinguen su actuación.
            El Encuentro concluye con un breve discurso de un funcionario; una actividad cultural; y se convida a un piscolabis o a un ambigú...
Este es el momento en que todos aprovechamos para socializar.

Viernes 20-FEBRERO-2015
Encuentro-Debate de Talleres Literarios del Distrito Capital
Biblioteca Aquiles Nazoa, Caricuao

El PNI —instrumento para evaluar lo Positivo, lo Negativo y lo Interesante de una actividad—, arrojó el éxito indiscutible de esta metodología.
“Todos los talleristas que existan —opinaron en la encuesta— deberían seguir la dinámica de estos encuentros/ Esta estrategia debería ser usada en otros programas/ Aporta elementos para que sigamos creando/ Excelente aprendizaje colectivo”.
A continuación, Zulma Cabana: ganadora del primer lugar en Poesía y Cuento.
POESÍA Y EXISTENCIA / Zulma Cabana

He regresado desde la alta noche
en cada amanecer de la poesía
recorriendo campos bordados con espigas de oro
abriendo las compuertas de mi mente.

Surgen ángeles hijos de la eternidad
descubren en mi trémulos recuerdos
que creí olvidados al borde de la tarde.
Surgen memorias de lugares, países, amores
como campanas que descuartizan puertas y ventanas.

Para escribir
he abrazado el mar
lo he guardado en la quietud profunda de mi alma.
He recogido el cielo en mi pañuelo
para sembrar estrellas en los surcos de la tierra.
Sin engaño percibo las ideas que viajan y viajan
desde mis tiempos más remotos.
Me acerco a la escritura con la dicha de la vida
miel imaginaria,
gracia instantánea
que vuelve tibio el aire de la casa.

Escribo y sueño asir la gloria entre mis manos.
“La gloria es breve, poeta”, dice mi alma.
Y los dolores que abren grietas en mi piel
son largos y profundos.
Van hasta las fuentes donde amanece el día.

Con el color de una nueva esperanza
curo mis heridas bajo el sol de la mañana.
Escribo para rescatar la luz de la tierra
descubro formas y las hago eternas.
Aprisiono el instante en que la locura de escribir
enciende mis mejillas en eufóricas llamas.

Como hechicera lejana viajo por los ríos
robándome recuerdos.
Envuelta de nostalgia miro la vida
a veces con pasión
a veces con dolor.
La poesía está enterrada en mi corazón.
Describe círculos de tiempo la vida que se apaga.
No dejaré que los granos se vayan triturando sin la promesa del pan.

Quiero nacer de nuevo
germinar con la tierra en la humildad del surco
mientras la lluvia canta
y la vida nuevamente se hace poesía.

LA BÚSQUEDA / Zulma Cabana
A los sesenta años, Nadya El Fassi era todavía un bello espécimen femenino. Dueña de un cuerpo musculoso y firme, su cara un óvalo perfectamente definido, sus inmensos ojos reflejando lagos misteriosos, envuelta en el torbellino de su cabellera oscura, se presentaba ante el mundo vital y plena de un erotismo que brotaba intensamente de los poros de su satinada piel cobriza.
            Inteligente y culta, corrida en siete plazas o más, viajera incansable podía contar en cada ocaso una historia propia, evocando una mágica fabuladora de las mil y una noches.
            Observadora y existencialmente viva, habitante absoluta de su cuerpo, propietaria de sus instintos, nada conservadora y más libre que un cóndor en el más insondable de los vuelos, había vivido múltiples experiencias amorosas. Maga del sexo y el placer, de la vida orgásmica y liberal, nunca evadió algo que pudiera convertir en experiencia trascendental: muchos hombres y mucho amor le enseñaron que cada encuentro ocurre no con ese hombre sino con la vida misma, con la propia existencia; una puerta al infinito; una extensión del Todo.
            A lo largo de su sendero, Nadya se había debatido entre dos fuerzas: la de su instinto y la de su espíritu; lo sutil y lo denso; lo sagrado y lo obsceno. Y recorrido miles de caminos en la búsqueda desesperada de algo místico, más puro que el sol de las mañanas.
            Escéptica y rebelde nunca se dejó permear por la culpa y el pecado. Libre como el viento heredó de su padre el derecho al libre pensamiento. Jamás flirteó con las religiones, ni con los dogmas ni con nada que pudiera someter la condición humana, y se gozó la vida deliberadamente en todos los aspectos de su femineidad.
            Original, dueña de sí misma, amada y odiada, Nadya supo cuándo entrar y salir airosamente de las logias y fraternidades de su ciudad, sin dejarse atrapar por encantadores de serpientes, maestros de moda o sacerdotes que ofrecían la salvación de las almas y la resurrección de la carne a cambio de diezmos, ofrendas y rosarios.
            Aun cuando en los albores de su vida y en su afán compulsivo por penetrar lo desconocido, por indagar lo oculto y atravesar umbrales, no pudo escapar a la influencia esotérica de aquellos años 70 plagados de promesas espirituales, vida eterna, perdón de los pecados, y viajes sin escala al cielo, estuvo segura de que todo eso era mentira, y recordó con sonora carcajada aquellas prácticas de abstinencia sexual, arroz integral, dietas macrobióticas, agobiantes asanas, mudras extrañísimos, maratones de mantras en lenguas desconocidas, rayos multicolores, sesiones espiritistas, ritos marialionzeros, viajes místicos a las montañas y gurúes misteriosos que llegaban de la India con cara de santos famélicos y morrales sucios llenos de inciensos a precios dolarizados.
No, no, eso no era lo que ella buscaba. Extendida sobre la hierba contemplaba la dinámica celestial, pensando que quizá era más fácil creer en algo, dejarse conducir pasivamente por alguien. Pero de inmediato reaccionaba ante lo apasionante que le resultaba la libertad.
Al arribo de los 80, a la llegada de la Nueva Era, Nadya, vivaz e intuitiva, percibió el engaño, las falsas promesas, la trampa de la iluminación, la oferta del paraíso vendido a precios de propiedad horizontal con vista al mar; el conocimiento superior entregado a cuentagotas; la gnosis secreta que sólo podían conocer aquellos desgarbados ataviados de blanco, con melenas recogidas en largas trenzas, sandalias y horrorosas carteras de cuero terciadas al hombro, cuyos pálidos y macilentos rostros denotaban la ingesta excesiva de zanahorias para limpiar los chakras y acelerar la evolución.
Nadya volvió a reír con estruendo. En aquellos tiempos de mentiras, todos sabían de todo; todos predecían, había ángeles hasta en los baños. Una nueva élite de magos invadía los medios: astrólogos improvisados y mariposas misóginas batían delicadamente sus alas anunciando cada mañana las gracias y las desdichas del futuro con voces acarameladas. Una onda sobrenatural copó el entorno: oráculos y péndulos, esencias para encontrar pareja, cadenas de oración, talleres de prosperidad, imposiciones de manos, feng-shui, dietas del perdón, mapas del tesoro, respiraciones excéntricas, amuletos y baños, terapias holísticas, sanadores optimistas que prometían curar en segundos desde una gripe hasta un cáncer. Muchos se volvieron lógicos y tenían a cambio de dinero una respuesta para cada misterio de la vida. Nadya se dijo: “de estar vivo Sartre, habría escrito la náusea 2da parte”.
El tiempo nuevaerista sobrepasó el escepticismo de Nadya. Crítica y objetiva jamás creyó que los misterios de la existencia pudieran ser develados fácilmente a cambio de dinero. Comenzó a pensar que había deambulado inútilmente, que tal vez su búsqueda había sido vana, que quizá en el silencio interior estaría la respuesta, más que en los argumentos rebuscados de los maestros del marketing espiritual. Se refugió en sí misma, miró atrás con melancolía. Sí, un poco de paz le vendría bien.
Nadya El Fassi, cansada, agotada, considerada socialmente pobre y sola (a una edad en que el statu quo determina que el estado ideal de la mujer es cuidar nietos), que había tenido todo y nada, ahora era rica en experiencias con las que no podía ir de compras.
Decidió que era buen momento para hacer el viaje. Miró por la ventana, el tiempo estaba lluvioso y su jardín húmedo. Un rayo de sol moribundo bañaba el paisaje. Abrazó a su perro, lo besó en la frente; luego, se reclinó cómodamente sobre el diván (el viejo diván donde su padre tantas veces le había leído deliciosas historias orientales), y cerró los ojos. Su búsqueda había terminado. Su cuerpo relajado y libre como un barco sin amarras abandonando el puerto y adentrándose en el mar, ya no sentía miedo ni angustia. Nadya respiró profundo absorbiendo intensamente aquel aire como si sólo él pudiera conducirla hacia lo que siempre buscó. Cada vez sentía más tranquilidad: no tenía pensamientos, ni lamentaciones.
Entonces la vio, ahí estaba esa luz magnífica, brillante, amorosa; sin preguntas ni cantos ni ángeles ni sacerdotes ni juicios; nada por qué rezar. Nadya se abandonó. La luz la envolvía delicadamente, la cobijaba, le hablaba sin palabras, la acariciaba sin tocarla, la convertía en luz. Ya no veía con sus ojos, sólo su conciencia persistía más clara que nunca, el gas silencioso continuaba abierto invadiéndolo todo.

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