lunes, 13 de julio de 2015

Crónica Manteca con sal por Pedro Delgado



(Crónica)

                   Manteca con sal         

Pedro Delgado, Caracas, junio de 2015
               
Una emergencia se le presentó a mi vecina,  el día cuando su niña se cayó del velocípedo que manejaba por el estacionamiento del edificio. Muy angustiada   tocó a mi puerta para preguntarme por algún ungüento antiinflamatorio. Su hija resultó golpeada en la frente y un  chichón asomaba por su cabeza de siete años. “No tengo Dencorub, y el Iodex no se consigue ya, vecina”, le dije algo preocupado ante la inflamación y el lloriqueo de la nena. “Pero si quiere puede ponerle margarina con sal; eso es efectivo”. Completé el comentario (ante el asombro de la vecina), recordándole que la escasez y la especulación están a la orden del día. “Ese remedio nunca faltó en nuestro hogar”, terminé diciéndole.
 Una opción muy similar a esa, era usada mucho tiempo atrás cuando vendían en abastos o bodega la manteca vegetal para uso de cocina. La abuela no perdía tiempo en untarla ligada con sal a cualquiera de nosotros en la casa a la hora de un golpe y si era en la cabeza, más que inmediatamente. Y era que ante el apremio de una emergencia, la inventiva popular le salía al paso a cualquier eventualidad. Muchas las soluciones caseras que al paso del tiempo, han sido olvidadas ante la imponencia del mercado de medicinas convencionales, expendidas en las casi ya desaparecidas farmacias o las cadenas comerciales de igual ramo. La modernidad y el monopolio por delante.
 En nuestra casa nunca faltaba en la despensa de mamá y abuelita (comprados en pulperías o boticas) el aceite de coco, que al ligarlo con la pepa de aguacate rallada, resultaba un potente enemigo para piojos o liendres. La leche de coco ligada con jugo de piña, ingresaba a nuestro estómago purgando y exterminando cualquier invasión de parásitos. El azul de metileno; muy recordado tatuando nuestras bocas a la hora de la aparición de molestosas llaguitas, producto de alguna infección. El aceite de palo; oportuna protección contra algún tétano que intentara aparecer en el cuerpo, luego de la punzada de un clavo en el pie o alguna descuidada cortadura. La botella de aceite de hígado de bacalao en el turno del almuerzo, era destapada para el disgusto de los pequeños de la casa: “¡Huesos y dientes sanos!”, exclamaba papá. ¿Y la botella de aceite de  ricino ante los síntomas de tos y gripe?, eso era para uno ponerse a llorar. Los dolores de cabeza sucumbían ante el frotado del aromático bayrum; una botella con alcohol y las ramas de esta mata dentro, nunca faltaba. El polvo de ruibarbo, mezclado con refresco de tamarindo, se convertía en un potente depurativo al momento de limpiar nuestras caras adolescentes de barros y espinillas.
 En fin, que la lista es larga y la evocación infinita a la hora del recuento de tan variada gama de aquellos remedios que, sin despedirse, desaparecieron de nuestras alacenas y botiquines.                          

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