(Cuento)
AMOR
DE MUSEO
Autor: Pedro Delgado. Caracas 2002.
En un espacioso museo,
habitaba un ratón envanecido por su sapiencia en cuestiones de artes plásticas
producto de haber visto innumerables exposiciones.
Una noche, al salir a dar un paseo por el
jardín, conoció a una linda ratona recién llegada al complejo cultural. Miradas
y sonrisas mutuas antecedieron al inminente flechazo. Sentados sobre una piedra
se pusieron a mirar la luna llena. Observando los pasillos del museo, él le iba
detallando a ella la ubicación del cine, la sala de conciertos, el teatro, el
auditorio, la biblioteca y el cafetín; lugares también habitados por congéneres
suyos.
Luego de cierto rato de flirteo, corrieron
agarrados de las manos hacia el interior de las instalaciones bajo el redondo
resplandor. Ya instalados, él; dando muestra de erudición, se dedicó a guiarla
a ella por todas las galerías explicando y detallando. Nombres como: Chagall,
Rembrandt, Van Goth, Velásquez, Miró, Reverón, El Greco, Millet etcétera; iba
pronunciando el ratón quien (con un bigote retorcido a lo Dalí), aprovechaba
para darse ínfulas. Ella, con rubor, era todo oído y atención ante la cátedra
pictórica.
Luego de un largo recorrido por las salas de
arte, fueron a parar a las habitaciones de él. Allí los recibieron unas paredes
repletas de afiches, cuadros autógrafos y adornos.
Compartiendo vidas en casal, vivieron por
cierto tiempo entre anaqueles de libros, lápices, papeles etcétera; que de vez
en cuando le servían de comida.
Hasta que un buen día, sentada sobre el
viejo proverbio que dice: “Amor con
hambre no dura y si dura no perdura”, ella se fue a vivir con el ratón del
cafetín.
Un gran revuelo se armó
aquella mañana en la comarca al conocerse la muerte del sapo quien, con los
ojos brotados, el semblante rígido y todo su cuerpo cubierto de un líquido
blanco; yacía sobre una filosa estaca. Un camino cercado y un sembradío de flores,
era todo el escenario.
Entre la algarabía de los curiosos que
rodearon el lugar, aparecieron las autoridades con el fin de investigar la
tragedia. Por su vasta experiencia en cuestiones criminalísticas, fue designado
el cangrejo para que se encargara del caso. Ya en funciones, se dedicó a
interrogar –in situ- a la gallina la
urraca y la cotorra; quienes fueron las primeras que a tempranas horas pasaron
por el lugar. Estas declararon que solo vieron al sapo dando saltos a la vera
del cercado.
A su lado, la atribulada sapa lloraba la
desgracia de su marido y lanzaba epítetos como: ¡Asesina! ¡Perversa! ¡Culpable!
a la rígida estaca, quien no salía de su asombro. Esta se había convertido (por
razones elementales de la estricta lógica), en la principal indiciada; razón
por la cual quedó detenida.
Ya pasado cierto tiempo de las diligencias
del cangrejo, estas fueron pasadas a instancias tribunalicias y una vez
confrontadas las partes—fiscal el rabopelado y defensa el colibrí—condujeron a
la lechuza, juez a la sazón, a dictar fallo favorable a la estaca exonerándola
de toda culpa, pues (concluyó el juez), que igualmente por razones elementales de la estricta lógica, se
trataba simple y llanamente de un accidente de tránsito.
Autor:
Pedro Delgado. Caracas, 2002.
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