(Crónica)
ADIOS VIEJO KING
Por Pedro Delgado.
Quien posea una mascota, la
aprecie y tenga la experiencia de observar como enferma para luego verla
sucumbir en la desgracia de irse de este plano terrenal, sabrá cuan doloroso es
despedirse del animalito que por tiempo indefinido le sirvió de compañía. Pasó
recientemente con mi fiel amigo King, un cocker medio mestizo que llegó a mi
casa en la primera camada de Azabache y Duquesa, los que tampoco ahora están
con nosotros. Contando con casi quince años, edad considerada como senil para
un perro, y afectado por una infección, falleció recientemente en el que fue su
hogar por ese lapso de tiempo.
La decisión familiar fue darle cristiana
sepultura. Ante el apremio por encontrar lugar, y no cometer el pecado de
abandonarlo en un contenedor de basura, como hacen muchas personas, el destino
me puso al frente de la solidaridad de Vladimir, un señor encargado de hacer
los mandados y botar la basura en algunos negocios del sector Ruperto Lugo,
Catia. Propuso enterrarlo en una colina cercana con un bosque de medianos
arboles. Hasta allá lo llevamos amortajado, dentro de una gavera de plástico y
sobre un coche de bebé que le sirve al buen hombre como vehículo para sus
menesteres. Un paseo fúnebre en un recorrido de unos setecientos metros sirvió
para despedir al viejo King; de paso, estableciendo una agradecida amistad con
Vladimir, la que habré de conservar hasta el día en que a mí también me toque
la partida final.
Esta anécdota me llevó a reflexionar y
preguntarme el porqué no se habilita un espacio público para darle sepultura a
las mascotas (al menos no conozco de alguno), esos seres vivientes que nos
alegran la vida en el devenir de nuestra existencia. Pudiera ser una opción
dentro de la recién creada Misión Nevado.
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